I CONCURSO DE MICRORRELATOS

GANADORES

1º. HUESO (Gema Lopez)

El paletín, de repente, cambió su melodía.

Hueso.

Se miraron sin mirarse.

El suelo cedió, revelando el contorno de un silencio roto.

Nadie habló.

Una lágrima furtiva, mezclada con sudor, cayó.

Sus huesos se llamaban Dolores.

Su verdadero nombre era Libertad.

Lucy in the sky with dimons (Marta Alcolea)

Aquella mañana amaneció como otra cualquiera. Donald se despertó temprano
y preparó café. Le gustaba levantarse el primero y sentarse en silencio a
contemplar el horizonte africano y sentir los primeros rayos de sol en su
blanquecina piel inglesa. El equipo de arqueólogos se fue despertando poco a
poco y sentándose alrededor de la mesa, entre bostezos y crujidos de huesos.
Cuando estaban dispuestos a salir, alguien se dio cuenta de que casi olvidan el
transistor:

-Menos mal Mathew. – dijo Donald – Habría sido una mañana terrible sólo
escuchando vuestro parloteo.
Cuando arrancaron empezó a tararear: Lucy in the sky with diamonds…

SEPULCROS ÍBEROS (Laura García)

Protuberancias fértiles circundan la ribera y sin entender de crecidas,
permanecen impasibles a las corrientes acuosas que los flanquean.
Cantos rodados cubiertos de un marronáceo manto que solo se dejan entrever
a escasos centímetros de los mismos, inadvertidos por el común de los mortales.
Incluso a vista de pájaro, solo su contorno es definido.
Siglos ocultos esperando a ser descubiertos (pensamiento anhelado del
buscador incesante). Muchas son las historias que podrían escribirse de
producirse tal encontronazo. Pero los destinos son caprichosos y el azar no
siempre quiere jugar en su favor. O tal vez en el nuestro.
Siguen reposando para la eternidad. Efímera realidad.

ELLA (Pilar Casado)

Ella se levantó con lentitud y ajustando cuidadosamente la prenda de piel bien
curtida que cubría su regazo, avanzó unos metros. De inmediato, la humedad
rozó su rostro mientras la calidez del ambiente la envolvía y, poco a poco, fue
adentrándose en la penumbra del amplio espacio. La emoción, como resonancia
de un evento pasado, la hizo llegar al punto donde la luz era ilusoria: el gran
domo, fruto de la batalla tenaz y, en apariencia, indolente del agua.
Bien sabía que la idea primigenia de su grupo estaba en el ámbito de las
narraciones comunes, las referidas a su concepción del mundo, al significado
profundo de los acontecimientos, muchos de ellos inéditos para ella, y a la
trasmisión del mito, en definitiva, todo lo que acababa de experimentar en la
reunión del grupo familiar, donde el ritual se acompañó con cantos, danzas e
ingestión de sustancias que pudieron alterar levemente su estado de conciencia.
Observó el grandioso e imponente espacio y, a través de la trémula luz de una
pequeña lampara de grasa con pabilo raído, descubrió el lápiz de carbón que
siempre se depositaba en una hendidura de la roca. Arqueándose y con gran
destreza lanzó una línea sobre la pared y ahí emergió, como si la pared tuviera
agencia animal, un bello cuadrúpedo que parecía unido a las fuerza naturales y
cósmicas, adornado con otros trazos inefables fruto de su arrebato inconsciente.
Ella fue la autora, ella fue la pintora prehistórica.

MICRORRELATOS DEL CONCURSO

VOCACIÓN (Gonzalo Lázaro)

Entre cálidos desiertos y fríos paramos un joven ilusionado buscaba restos
humanos y curiosos artefactos. Su tesón no flaqueaba y a cada mínimo
encuentro sus hallazgos por nimios que fueran alimentaban el veneno
arqueológico que desde que inicio sus estudios ya corría por sus venas. Y su
ilusión no mermaba ni su espíritu descansaba siempre soñando que algún día
conquistaría la fama y el reconocimiento soñado con que está envuelto el
mundo mágico de la Arqueología.

AL AIRE, AL FIN. ( Carlos Pueyo)

Noto en la boca el sabor de la tierra y sigo pasando la brocha, nervioso
perdido. Porque, hey, míralas: ¡son teselas, por mucho que sigan sucias y
ahora mismo los colores engañen!
La gente de la excavación, de pie al borde del agujero, se estorba presa
de la excitación por el descubrimiento… Y Paquita y Julio José Pérez y yo
seguimos ahí, afanándonos en sacar a la luz la promesa de algo antiguo y
precioso: una escena de vendimia o de jóvenes bailando o de la mismísima
Hera presidiendo una boda, lo que sea.
Tardamos un buen rato. Y aún no lo veo claro, pero… Alguien más baja
al hoyo, me tira del brazo y –buf, resoplo- me ayuda a ponerme en pie con la
torpeza de quien recién despierta de un sueño.
Sí, me cuesta un momento verlo. Y entonces la admiración me llena y
me deja sin habla…
-Una maravilla –dice detrás nuestro la directora del proyecto, su voz
llena de deleite. –Buen trabajo.
Quien más, quien menos ha roto a aplaudir y a armar jaleo, felices. A
Julio José, que se nos ha emocionado, Paquita le revuelve el pelo, muerta de
risa, y acaba por darle un abrazo.
Sobre las montañas, allá en el horizonte, las nubes van creciendo…
Quizá haya tormenta esta tarde. Pero aquí y ahora, aún en el hoyo y
manchado de tierra -el sol cálido, las cigarras chirriando- quedo prendado para
siempre de este bendito día de verano.

El Niño. (Hector Arcusa)

Las condiciones eran duras. Frio, humedad, pero nada importaba. El cepillo
temblaba entre los dedos del arqueólogo mientras apartaba los últimos restos de
tierra. Lo que emergía del suelo era minúsculo, frágil, y sin embargo detenía el
tiempo: el esqueleto de un niño en posición fetal.
El silencio se hizo en el yacimiento. Nadie se atrevía a hablar. Él se inclinó, casi
conteniendo la respiración. Los huesos eran tan delicados que parecían disolverse
bajo la luz del frontal.
—Debe tener unos siete mil años —dijo el director del yacimiento, sin apartar la
vista.
El arqueólogo asintió, pero no por el dato, sino porque en ese momento sintió algo
difícil de explicar. No era asombro científico, ni orgullo profesional: era una tristeza
antigua, una conciencia punzante de lo efímero.
Imaginó al niño corriendo entre arbustos ya extintos, por los prados de la montaña
junto a las ovejas con las que había llegado allí. Pensó en su risa, en una madre que
lo lloró y lo depositó con mimo en un hoyo, como si se hubiera quedado dormido.
En cómo todo eso se había reducido a una forma hueca, a una mirada vacía.
Al anochecer, mientras anotaba sus observaciones, comprendió que el hallazgo no
era solo una pieza más. Era una historia sin palabras, sobreviviente al lenguaje, a
los imperios y a los dioses.
Siete mil años después, un hombre observaba a otro niño, desconocido y remoto,
pero humano al fin, mirándolo desde el fondo del tiempo.

Expedición de padre e hijo. (Roberto Kurlat)

Lo siguió hacia los negros adentros de la caverna evadida de pupilas humanas
durante siglos y milenios. Con la exigua luz que serpenteaba desde el exterior pudo ver
las manos ancestrales estampadas en el muro y las estrellas coloreadas encima de
delicados ciervos con cuernos que se ramificaban hacia el principio de los tiempos.
Pensó en aquel antiguo hermano, creando frente a la roca, descalzo donde sus zapatillas
dejaban una huella industrial, respirando ese aire tan igual y tan diferente. Y leyó debajo
de los grabados la frase “no hay filantropismo mayor que dejar este mundo abyecto sin
dejar vestigio” escrita con la letra de quien en ese momento le apoyó una mano paternal
en el hombro, mientras que con la otra presionó el detonador que derrumbó la cueva
para siempre.

TODO LO QUE ALCANZA TU VISTA, ERAN CAMPOS. (Iria Segarra)

La trinchera estaba ya excavada y balizada en aquel cerro. Era una actuación de
emergencia, como muchas que se habían llevado a cabo en esa zona. Las
máquinas apremiaban con los motores en marcha, pero durante unos segundos,
cual guerrillero que aprovecha la ventaja de la altura, observé.
Observé aquel paisaje en el que, hasta hace menos de una década, todo aquello
que alcanzaba la vista en un día soleado, estaba cubierto de campos. Hoy, ya
no. Esta tierra, que hace casi un siglo sufrió una guerra devastadora, hoy vive
otra contra aquellos a los que Don Quijote llamó “gigantes”. Y sólo puedo
preguntarme ¿quién ganará? ¿los gigantes, o los que luchamos cada día por
proteger la Historia y sus vestigios?

El montón de piedras. (Marta Alcolea)

-¿Qué es eso papá? – preguntó Pablo, como tantas otras veces.

-Es una piedra – contestó su padre, cansado pero paciente, como tantas otras
veces.

-¿Qué es eso papá? – preguntó Pablo, como tantas otras veces.

-Es un muro – contestó su padre, cansado pero paciente, como tantas otras
veces.
Pablo no entendió del todo la respuesta, pero enseguida volvió a la carga.

-¿Qué es eso papá? – preguntó Pablo, como tantas otras veces.

-Es un palacio – contestó su padre, cansado pero paciente, como tantas otras
veces.
-Pablo se quedó un rato pensativo, mirando aquel montón de piedras,

El hallazgo. (Marta Alcolea)

Recorro su cabecita con mis membranosas manos. La fina película de látex me
impide sentir su tacto áspero, frío, inerte. Al principio, cuando lo vi asomar de la
tierra, parecía la cáscara de un extraño huevo eclosionado. Ahora, la fragilidad
de su cráneo diminuto y sin suturas me resulta perturbadora. El recoveco en la
pared de la cueva nunca llamó nuestra atención, por lo que caminamos sobre él
durante semanas, y cuantos más lo habrían hecho antes que nosotros. Ahora
todos miran expectantes como voy descubriendo uno a uno sus huesos en
miniatura. Pronto llegará la prensa. Apuesto a que llevaba 7000 años esperando
su momento.

Nuestros mismos ojos.(Marta Alcolea)

Nuestros mismos ojos miraron el mundo. Nuestros mismos pies hollaron la tierra,
descalzos sobre la nieve y sobre la tierra. Nuestras mismas manos señalaron al cielo y
lo pintaron en las paredes de las cuevas. Nuestras mismas narices olieron la resina de
los pinos, la sangre y el humo. No teníamos palabras, pero teníamos gestos. Entonces
saltó la chispa y nos sentamos en torno al fuego. Nuestras mismas orejas escucharon
las primeras historias. Éramos nosotros mismos, pero para recordarnos hemos debido
sacarnos de la tierra.

El Eje Perdido de Valbona (Toni Monleon)

Los mapas de la antigua aldea eran claros. Valbona fue planificada. Un trazado
ortogonal, casi romano, con una plaza central y cuatro portales. Veíamos el
Portal de Valencia al sur, pero el eje norte-sur, el cardo de esta aldea medieval,
moría abruptamente en la iglesia.
—Imposible —dijo el alcalde—. La iglesia es el centro.
—No —replicó el arqueólogo—. Es el final.
Fuimos al muro occidental del templo. El párroco negaba.
—Solo piedra.
—No toda —señalé—. Mire la base.
Era cal y canto. Diferente. Más antiguo.
Le mostré el viejo registro municipal.
—Portal septentrional. Demolido en 1934 para que pasaran los camiones de
madera.
El alcalde y el cura callaron. Allí, bajo el edificio sagrado, estaban los restos del
antiguo portal. El eje principal no terminaba en la iglesia; la iglesia se había
construido sobre él, devorando la puerta norte.
El urbanismo defensivo de Don García Ruiz de Varea sacrificado por la
modernidad. El plano hipodámico estaba allí, pero había que leer la piedra para
encontrarlo.

El Mes de Octubre (Toni Monleon)

En Barcelona, el 17 de septiembre de 1367, Buenaventura de Arborea, viuda del
traidor Pedro de Jérica, firmó la venta. Ahogada por las deudas de guerra,
entregó el señorío de Mora a Hugo de Cardona. Era el fin de la casa de Jérica,
manchada por aliarse con Castilla.
El arqueólogo revisó el segundo legajo. Fecha: 17 de octubre de 1367.
Apenas un mes después.
En otra notaría, Hugo de Cardona revendía el señorío. El comprador: Blasco
Fernández de Heredia.
El arqueólogo sonrió. No fue una venta; fue una mudanza orquestada.
El verdadero comprador, el Gran Maestre Juan Fernández de Heredia, no podía
poseer tierras. Pero su hermano Blasco sí.
La Guerra de los Dos Pedros había terminado. La traición de los Jérica fue
borrada, la breve posesión de los Cardona fue un puente, y la era de los Heredia
comenzó. Todo en treinta días. Los pergaminos eran el rastro arqueológico de la
jugada maestra.

Las Piedras que Hablan: El Eco de Gaudí en Mora de Rubielos (Toni Monleon)

Año 2124. Castillo de Mora de Rubielos.
La Dra. Valer ajustó su escáner de resonancia sobre el peldaño treinta y cinco
de la escalera de caracol. El dispositivo emitió un zumbido disonante.
—No cuadra con el registro arqueológico del siglo XX —señaló su asistente,
proyectando un holograma del informe de Almagro Gorbea de 1975—. Aquí dice
claramente: «Escasos signos lapidarios». Apenas dos marcas documentadas. Sin
embargo, el LIDAR nos devuelve treinta y cinco glifos perfectos. Una saturación
semiótica imposible para una fortaleza militar del XIV.
Valer acarició la rugosidad de la «Estrella de Ocho Puntas» grabada en la piedra.
No era erosión medieval; la pátina microscópica delataba una intervención
posterior, situada en la turbulenta década de 1930.
—Esto no es un error de registro, es una conversación —murmuró Valer—. Es
Jeroni Martorell, el arquitecto conservador. Sabemos que intervino aquí en 1934,
pero ignorábamos su intención.
Valer señaló la marca de la «Llave».
—Martorell era íntimo de Antoni Gaudí. Compartían esa obsesión por el lenguaje
oculto de la piedra. Mi teoría es que, al consolidar esta escalera, encontró un
lienzo vacío y, poseído por el espíritu de su maestro, talló lo que faltaba.
—¿Llenó la escalera de símbolos masónicos modernos?
—Sugiero que Martorell y Gaudí juegan con nosotros desde el pasado.
Convirtieron una restauración funcional en un relicario de su amistad. No
buscaban engañar a los Fernández de Heredia, sino guiñarnos el ojo a nosotros.
No son marcas de cantero; son cartas de amor a la geometría sagrada.

Arqueogénesis (Borja Ansó)

Amanecer. Rocío. Quietud. Cuervo. Graznido. Équidos. Estremecimiento.
Tambores de guerra. Gritos. Espada de antenas. Mazas. Llantos. Flechas.
Sangre. Humo. Fuego. Destrucción. Muerte. Huida. Grupo. Diezmados. Hambre.
Aflicción. Ancianos. Consejo. Escasez. Aridez. Inhospitalario. Camino. Polvo.
Sed. Ritual. Purificación. Magia. Polaris. Hierba. Bayas. Valle. Río. Foz. Abrigo.
Montaña. Ritual. Unidad. Proyección. Pigmentos. Paredes. Cérvidos. Jabalíes.
Cacería. Abundancia. Mineral. Sílex. Hueso. Hachas. Puñales. Puntas de flecha.
Comienzo.
Anciana. Visión. Luna. Lobo. Ceremonia. Cuchillo. Cerro. Asentamiento. Festín.
Labor. Barro. Paja. Adobe. Horno. Leña. Construcciones. Poblado. Murallas.
Cerámica incisa. Cuencos. Ollas. Urnas. Tulipas. Consejo. Natalidad. Trigo.
Espelta. Habas. Lentejas. Exploración. Calcopirita. Intercambios. Comercio.
Casiterita. Aleación. Cobre. Estaño. Horno. Bronce. Daga. Brazaletes. Anillos.
Broches. Bonanza. Prosperidad. Lino. Ortiga. Lana. Rueca. Túnicas. Capas.
Faldas.
Aullido. Óbito. Anciana. Abatimiento. Grupo. Ceremonia. Ritual. Extramuros.
Fosa. Ajuar. Tinajas. Diadema. Daga. Anillo. Tierra. Piedras. Túmulo. Estela.
Dudas. Desautoridad. División. Rivalidad. Pugna. Expulsión. Fragmentación.
Debilidad. Escasez. Anarquía. Destrucción. Muerte. Abandono.
Silencio.
Sol. Tormentas. Vientos. Hojarasca. Lluvias. Nieves. Barro. Brotes. Verdor.
Silencio.
Derrumbamientos. Escombros. Adobes. Ruinas. Espinos. Zarzas.
Silencio.
Sol. Tormentas. Vientos. Hojarasca. Lluvias. Nieves. Barro. Brotes. Verdor.
Silencio.
Erosión. Maleza. Cardo. Hueso. Sedimento.
Eón.
Balidos. Esquilas. Mastín. Pastor. Zurrón. Bordón. Piedra. Jadico. Estela.
Inscripción.
Alba. Todoterreno. Prospección. Murmullos. Restos cerámicos. Cordeles.
Clavijas. Cintas métricas. GPS. Teodolitos. Plano. Lápiz. Pala. Paleta. Espátula.
Pincel. Cepillo. Criba. Laboriosidad. Tierra. Cantos. Fosa. Cerámica. Cráneo.
Huesos. Daga. Diadema. Anillo. Fotografía. Etiqueta.
Cajas. Viaje. Laboratorio. Investigación. Polvo.

Cajas. Camión. Museo. Cristal. Luz. Vitrina. Flash. Daga. Diadema. Anillo. Ajuar.
Visitante. Resurrección. Anciana. Arqueogénesis.

EL BOLSO (Sofía Seguí)

Tomasa y yo nos conocimos hace unos años. Recuerdo su rostro limpio, sonrisa amplia y el bolso fuertemente agarrado entre las manos. Nadie podía prever que su historia y la mía iban a entretejerse fuera del tiempo.
En nuestro encuentro imaginé el desconcierto que debía provocarle hallarse en aquel agujero hostil donde las balas atraviesan el olvido. Me pregunté qué sucesión de hechos la llevó hasta ese espacio que ambas compartimos. La acompañaban tres hombres. Eran altos, ella en cambio, se veía menuda y frágil. Desgastada. Cansada, supuse. No daba la impresión de resultar una amenaza; pero, por algún motivo lo fue. O tal vez no. Quizás nunca hubo razón. La sinrazón que lleva a los injustos de hoy a permitir que la memoria habite silenciosa las cunetas.
Nos llevamos a uno de sus compañeros: su familia esperaba. Me despedí de Tomasa, a ella nadie la buscaba. Una palada, otra, de tierra. Tierra fría y húmeda de un otoño que llegaba a su fin. Y sus huesos desnudos, los restos del bolso aún entre sus manos, todo, se cubrió de tierra. La misma tierra que removemos para cerrar heridas. La misma que entierra una dignidad que ninguna democracia debería negar.